Para no faltar a una larguísima tradición que se inició el verano pasado, hace unos días recibí un privado de Maese Pakotoro para echar unos hoyuelos, aprovechando su estancia por la zona. Después de una dura pero breve negociación (Peraleja vs Roda) acordamos jugar en Roda.
Llegué al campo con tiempo, tiré unas bolas y me subí a la terraza de la casa club a seguir el Open con la PDA. Llegó el esperado a la hora precisa, nos tomamos un interminable sandwich (por el tamaño y lo que tardaron en servirlo) y sin más nos encaminamos al tee del uno. Como no pretende ser esto una crónica minuciosa al uso, solo apuntaré algunos detalles, enfatizando que sin llegar a jugar bien, lo pasamos como pitufos.
Sabido es que Maese Pakotoro le arrea a la bola con saña inusitada, con cierta tendencia a cerrarla más de lo conveniente, por lo que me pisó todas y cada una de las salidas, salvo una creo recordar. Por el contrario yo tuve el día tonto que el putter y me dediqué a enchufarlas desde todas las esquinas. No recuerdo ningún green a tres putts y sí tres o cuatro purazos de impresión. En ciertos momentos me creí poseído por Corey Pavin. A su vez, Maese Pakotoro pilló una buena cantidad de greenes, pero le falló el putter. Jugamos en un campo que tiene todas las medidas y marcas de distancia a centro de green, algo que siempre he defendido como óptimo para el amateur de medio pelo, pero que por la falta de costumbre nos causó más de una confusión, dejándonos con la sensación de estar jugando casi continuamente un palo equivocado.
A eso hay que le sumarle la constante brisa (refrescante pero jodedora) que soplaba en contra solo cuando yo jugaba, porque cuando era el turno de Pakotoro se calmaba. Será por aquello de hacer que el invitado se sienta como en su casa, que Eolo se cebó con el local.
Como hay que contarlo todo, quedan en nuestro debe dos bolas al agua en el 7, el par tres con el green en isla. Pero que mientras Pakotoro la puso en green desde la zona de dropaje, el que esto escribe la volvió a mandar al agua. Por unos instantes pensé en perpetuar el momento Tin Cup y pasar a green sí o sí por mis santos cojones. Pero al final se impuso la razón y me limité a soltar una bola en el green para no dejar un hoyo sin hollar.
Comprobamos además las capacidades todo terreno del buggy al pasar por encima de una traviesa de tren que delimitaba un camino, pero nos faltó comprobar si el buggy era capaz de pasar por un puente estrecho y si el puente podía resistir el peso. No se puede tener todo en esta vida.
Acabada la ronda y tomadas las cañas de rigor, quedamos emplazados de nuevo sine die.