por JV » Mar Sep 30, 2008 7:13 pm
Bueno, pues por fin he logrado bajar de 100 golpes. Para muchos de vosotros seguro que es una minucia, pero para mí suponía una barrera sicológica. Y lo he hecho entrando por la puerta grande, 94 impactos en El Saler. Además, con muy buenas sensaciones.
Ayer por la mañana quedé con un amigo y fuimos bien prontito. A las 7:50 horas estábamos pinchando la bola en el tee del uno. Salíamos los dos solos y nos habían comentado que no llevábamos a nadie por detrás hasta las 8:40. Los primeros nueve bastante bien. Conté y llevaba 52 golpes. Los segundos nueve empezaron regular. Bogey en el 10, doble bogey en el 11, bogey en el 12, bogey en el 13 y triple bogey en el 14 con bola perdida. Pero a partir de ese momento me debió tocar el mismo ángel que tocó a Fernando Alonso en Singapur y empezó la remontada.
Hoyo 15, par 5 de cuatrocientos muchos metros. La verdad es que no sé que pensé cuando me puse a la bola; probablemente nada y por eso me salió el golpe que salió. La bola volaba y volaba. Cuando llegamos no me salían las cuentas. Si la bola estaba a unos ciento ochenta o ciento noventa metros y el hoyo tenía casi quinientos… no, no podía ser… seguro que las barras amarillas estaban adelantadas y no me he dado cuenta… sí, ha debido ser eso.
Normalmente a esa distancia juego un hierro 6 ó un hierro 7 y me dejo un aproach sencillito para entrar en green. Pero tenía “esa” sensación. Tenía “esa” sensación que te hace pensar que puedes hacer cualquier cosa. No debéis confundirla con esa sensación que te hace pensar que puedes pasar el lago y la bola acaba en el fondo del charco. Yo no tenía esa sensación, yo tenía “esa” sensación. Cojo la madera tres que casi nunca utilizo porque me cuesta domarla y os prometo que la vi sonreír. El impacto sonó limpio. No cogió mucha altura, pero la dirección era la correcta. Botó unos treinta metros antes, pasó a un palmo del bunker de la izquierda y entró rodando en el green. No me lo podía creer. Era la primera vez que llegaba de dos en un par cinco. Y lo había hecho nada más y nada menos que en el handicap 1 de El Saler.
Me quedaba un putt de unos doce metros con ligera cuesta arriba. Sabía que si le daba con miedo me iba a quedar bastante corto. Así que miré la caída. Unos veinte centímetros a la izquierda. Y Jane (mi putter) hizo el resto. La bola rodaba directa al hoyo, pero en el último momento me hizo media corbata y se quedó a un metro. Mi primer águila se había escapado por un pelo, o más bien, por una pluma. Al menos metí el putt de vuelta y salí con un pajarito.
Hoyo 16, par 4 recto y no muy complicado. Drive que se sale un metro de la calle, hierro 6 un poco pesado que se queda en el antegreen, chip con el hierro 8 que se queda dada y me voy con el par en la bolsa.
Hoyo 17, par 3 de unos ciento ochenta metros. Particularmente es un hoyo que me encanta. Tiene dos bunkers protegiendo la entrada, lo que hace prácticamente imposible entrar rodando en el green. Normalmente suelo jugar la madera cinco en este hoyo. Pero como hacía una ligera brisa a favor y seguía teniendo “esa” sensación cogí el hierro 4. El pobre ni se lo creía. Como sólo lo saco para… bueno… que no lo saco nunca. Cuando me alejaba de la bolsa oía un rumor. "Cuatro, cuatro, cuatro, cuatro". Era el resto de palos que le estaba animando.
Subo al tee. Un swing de práctica. "Cuatro, cuatro, cuatro". Otro swing de práctica. "Cuatro, cuatro, cuatro". Me pongo a la bola. Silencio. La bola salió volando ligeramente hacia la derecha de bandera. Parecía que se iba a las uñas de gato que están pegadas al green. Y entonces, imperceptiblemente, con un suave y precioso draw, la bola empezó a girar hacia su izquierda. Hacia la bandera. Tan hacia la bandera que botó en el green y ¡¡¡golpeó el palo!!! Mi amigo me dio un abrazo, el resto de palos felicitaban al hierro 4, Jane le dio un beso, hasta el libro de reglas que llevo en la bolsa y es un sieso, hizo una mueca que podía recordar una sonrisa.
Cuando llegué al green, la bola reposaba a medio metro del hoyo. Jane acabó el trabajo y otro pajarito.
Hoyo 18, par 4 de cuatrocientos metros. No he pisado muchos campos, pero sin duda, es el hoyo más bonito de los que he jugado. Y la vista desde el tee de salida es la más impresionante que he visto en un campo. Cuantas fotos tengo en este tee con el mar al fondo con tantos amigos. Pincho la bola. Drive largo a la derecha de la calle, que coge la pendiente y rueda y rueda. Me quedaba un segundo golpe de unos ciento cuarenta metros. Dudaba entre el hierro 6 ó el hierro 7. Con un hierro 7 bien tocado puedo hacer unos ciento cincuenta metros (¿cómo no?). Le consulto a mi amigo y me dice que juegue un hierro 9 suavecito para que bote detrás de la bandera y con el backspin se quede cerca. Me quedo mirándole.
- No me había dado cuenta, ¿sabes que te pareces mucho a Sergio García?
- Qué cachondo eres, sabes perfectamente que soy Sergio García.
Al final me decido por el hierro 7. Sigo con “esa” sensación. Y de repente me siento observado. Cuando miro hacia el green veo que allí hay unas treinta personas mirándome. La mayoría de ellas viste igual, así que supongo que será algún equipo que está concentrado unos días en el parador y habían bajado a dar un paseo. Un poco más de presión, pero como me va la marcha, esto me motiva aún más. Estoy seguro que voy a darle bien. El sonido es inmejorable. La bola vuela y vuela. La bandera está en la plataforma de arriba y la bola se dirige hacia ella. Yo me quedo haciendo la pose para que parezca que sé jugar. Cuando la bola cae, bota detrás de la bandera, coge efecto hacia atrás y pasa rodando a un palmo del hoyo. Oigo un “ohhhh!!”. Pero yo sigo con la pose. La bola sigue girando. En mi cabeza sonaba la canción de Jimmy Fontana (gira el mundo gira, en el espacio infinito, con amores que comienzan, con amores que se han ido). Y la bola girando y girando, coge la pendiente y cae hasta el inicio de green, a veinte metros del hoyo.
Cuando nos acercamos, reconozco algunas caras de los que estaban al lado del green. Villa, Baraja, Españeta… ¡es el equipo del Valencia! Y en ese otro lado está Albelda, Solsona, Camarasa, Castellanos (con su inconfundible barba), Kempes.
- Mario, cuánto tiempo sin vernos. Espera un momento que acabe, nos tomamos una cerveza y me cuentas qué es de tu vida.
Marco la bola y se la doy a Sergio para que me la limpie. No llevamos nadie detrás, así que me tomo mi tiempo para ver las caídas. Tengo una cuesta arriba bastante pronunciada, pero dudo si cae de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Le consulto a Sergio. “Sin duda cae hacia la izquierda”. Pues ya lo tengo claro. Con la habilidad que tiene Sergio con el putt, sólo tengo que apuntar al lado contrario al que me indica.
Voy a la bolsa y cojo a Jane. Está caliente. Coloco dulcemente la bola. La golpeo con firmeza y empieza a girar (gira el mundo gira…) La marca de la bola aparecía y desaparecía, aparecía y desaparecía, aparecía y desaparecía… Sube a la plataforma de arriba y empieza a caer hacia la derecha. Pierde velocidad conforme se va acercando. Oigo un “síííííííííííííííí”. La bola se acerca más y más. “Síííííííííííííííí”. Más y más. “SIIIIIIIIIIII”. Y cuando va a caer por el centro del hoyo… se detiene. Una vuelta más; sólo ha faltado una vuelta más para el birdie más impresionante de mi vida golfística.
Cierro los ojos. En mi cabeza los “síííííííííííííííí” se van convirtiendo en sollozos. Abro los ojos y miro hacia mi derecha. Las cuatro de la mañana. Miro hacia mi izquierda. Mi mujer, y más allá la cuna de Carlota, mi hija, que se ha despertado y está gimoteando. ¿A qué hora le hemos dado el último biberón? Creo que eran las once y media. Ya le toca el siguiente. Me levanto silenciosamente y cojo a Carlota.
- Vamos princesa, que papá te va a dar el biberón y te va a contar una historia.
Dos meses sin tocar un palo. Ya me queda menos.
