
Grant Leggate es un tipo que sabe de dunas. Ex militar británico, el caddie master de Royal St. George’s era experto en la conducción de carros de combate por los desiertos del golfo Pérsico. Ahora está al frente de un equipo de 130 caddies que tratan de guiar a socios y profesionales por los sinuosos perfiles del considerado por muchos como el campo más complicado de los que acogen un Open Championship, torneo que empieza mañana en Sandwich, a dos horas de Londres.
Odiado y querido a partes iguales, o quizás más lo primero que lo segundo, Royal St. George’s es un links, sí, pero muy particular. Cuando William Laidlaw Purvess llegó allí en 1887 para acompañar a su hermano, historiador, a visitar ruinas romanas se encontró con un mar de dunas donde vio el lugar perfecto para construir un campo de golf en el que poder escapar de los masificados y cada vez peor cuidados clubes de Londres. Se dice que avistó por primera vez este terreno desde la torre de la iglesia de San Clemente y reconoció al instante su idoneidad para ubicar un campo de golf… aunque los poco más de 30 metros que alcanza el campanario y el kilómetro y medio largo que lo separa del links parecen contradecir el pintoresco relato de Purvess.
En Royal St. George’s se juega desde las dunas y por encima de ellas; hay tiros ciegos terroríficos, un par de búnkers (en el hoyo 4 y en el 17, por ejemplo) apabullantes y unas calles que, aunque mejoradas en los últimos años, no garantizan un segundo golpe en la hierba segada al ras, aunque el primer bote sea en pleno fairway.
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