Nos conocimos un día de verano, una de aquellas tardes largas y calurosas que te permite estar en el putting green hasta muy tarde. Ella iba de la mano de un pro de los que no salen por televisión, hermosa, curvilínea y de tez oscura era una de aquellas damas estadounidenses reservadas para cuatro privilegiados que el resto de los mortales solo soñamos con poseer cuando vemos aparecer en los medios de comunicación. Nada más verla un pinchazo recorrió mi espina dorsal, era una sensación solo había sentido en mi pubertad, donde se mezclaba el deseo, la lujuria y el amor.
Aproveché la primera ocasión que tuve para quedarme a solas con ella y, pese a que siempre hubo buen feeling, tenía aquella extraña sensación de que ella estaba por encima de mis posibilidades, aquella desazón de saber que nunca sería mía. Después de media hora de jugueteo y risas se fue con quien había venido dejando en mi corazón la amargura de que muy posiblemente no la volvería a ver.
Meses después, cuando yo ya casi la había olvidado y solo me venían a la cabeza su olor y sus curvas en las noches más húmedas, apareció el Pro, con ella, por mi taller para cambiar unos grips. Pese a que se había descuidado bastante, seguía levantando en mi aquella pasión de quinceañero. Solo un par de horas de su compañía fueron suficientes para ver que necesitaba tenerla cerca por y para siempre. Al igual que la vez anterior, me abandonó con solo una sonrisa…
Pasó el tiempo y no conseguía borrarla de mi memoria. Busqué a otras, jugueteé con muchas, incluso pensé en pagar burradas por poseer a una dama que se pareciese, pero cuan ingrata es la vida que por mucho que probase o gastase, nunca sería ella. Un día de octubre ella y su acompañante volvieron a mi taller, la encontré muy desmejorada, sin pintar, dejada y sin brillo en los ojos. Por lo visto su pareja había estado liado con todo lo que se le ponía por delante descuidando las necesidades de tan bella dama. Sentí tal indignación que no pude reprimirme e incluso estuve a punto de agredir al villano, pero cuál fue mi sorpresa cuando me dijo: -“Si tanto te gusta, quédatela!”
Le di cobijo, la limpié, le compré maquillaje y, después de 3 meses, hoy me siento con valor para enseñárosla. La foto no hace justicia a su belleza, pero estoy seguro que sabréis apreciar la belleza de tan noble y hermosa dama.
Cameron
Saludos,
Lluís
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