Post nº 100. Hay que celebrarlo:
No es que no hubiera hecho antes un birdie, pero el primero desde fuera del green es otra delicatessen. Historia: Quedada sureña en Dunas de Doñana. Martes, 14 de julio. Viento considerable, que trae ecos de La Marsellesa de algún yate franchute. Hoyo 3, par 4 de 310 metrillos con ligero dogleg a derechas. Salida ortodoxa, o sea vulgar, con madera 3 para quedar a la derecha de la calle. El green a tiro de hierro 6, que bien enganchada se pasa volando la bandera, bota en una joroba y rueda por detrás en un rought benigno. A unos veinte metros del eje de la tierra vigente para mí en ese momento. La cosa pinta chunga, pensando en un aproachito decente que no la deje lejos del trapo, con opción de par.
Y ahí llega la imagen a la cabeza. Esa que todos tenemos en la memoria de un cuerpo humano haciendo el swing preciso y necesario para esa situación única. Entonces recreas en un par de segundos lo que sabes que existe porque lo has visto: ese palo trazando un plano que deja una estela invisible de motas de purpurina. Esas muñecas que se flexionan lo justo cuando la ola empieza a hacer espumilla por la cresta, sin acabar de arremolinarse; una bajada dulce y decidida, como la marea inunda las rocas acariciándolas. Un impacto a la bola que parecía estar escrito en la noche de los tiempos, el resultado natural de encontrarse donde era buscada por una superficie de metal rayada, a la que espera como si reposara en un columpio viendo venir el empujón de 56º que la pondrá en movimiento para disfrutar de la efímera victoría de la ingravidez.
El vuelo, una parábola de que deja atrás la cresta de metro y medio para contactar discretamente en el punto exacto del green, dos metros dentro de su perímetro. Bien, va bien. El cuerpo se va irguiendo lentamente mientras sigue el palo congelado entre las manos allí donde fue detenido su movimiento. La mancha blanca emprende la rodadura tras un par de botes de acomodación. No se desplaza en línea al objetivo, pero la ligera pendiente la hace derivar al pequeño y circular acantilado, a su derecha. Quedan aún cinco metros. Gira y gira pero parece insuficiente. Ahora está en el camino correcto, a un metro largo, pero no va a llegar. O puede que si. No. Si, si, siiiiiii... cae lánguida y displicente, resignada al destino trazado cuando fue golpeada. Magistral. Uno entre diez mil.
Uf, uf, ufffff..., estoy exhausto, amigos, me voy a fumar el pitillo de "después" antes de cederle mi traje de campeón a Kim Bassinger para contarle de nuevo la gesta.